Drmaturgia y dirección: Alejandro Ricaño
¡Nana vida! ¡Quintuchi María!
¡Divinos Xha Vizende y San Blas!
¡Comadre de mi alma y de bautizo!
Ora sí te tengo más abandonada que la neurona presidencial. ¿Cómo vas pasar
creer que ya un año casi más de que te escribiera por vez última? Pena baja mi
rostro, vergüenza invade mi cuero. Ya hasta olvidó mi dedo cómo es que es
escribir. ¿Y todo por qué? Por pendeja, por qué va a ser. Deja te voy explicar
que intento suavizar mi culpa mero como si le pusiera Suavitel a mi alma.
Pues nada. Que estaba yo haciendo
garnacha y vino wero comer garnacha. Azul su ojo, profundo como el cielo. Alto
su cuero, color de arena del mar. Y su pelo dorado como ahogador de centenario.
Y yo nomás sentía que algo me invadía así mero como cuando te sentaste hacer
las aguas arriba de un hormiguero y las hormigas muy que se te subieron y te
dejaron como salsa molcajeteada. Eso mero es que sentí con este wero. Y como
carne es carne, a la semana ya lo tenía viviendo en casa. Y él, que me prometía
el sol, la luna y las estrellas. Y mi pecho palpitaba cada noche como su
entrepierna. Y yo comadre, en las nubes andaba, de arriba para abajo. Y él que
hasta le quería dar nombre al Juancho. Apellido, pues, que Juancho mero se
llamará siempre Juancho. Así me tuvo todo el año, diciéndome y hablándome y
atendiéndome como la reina que me hizo creer que soy. Yo ya me veía sacando la
pañalera del ropero, nana vida. ¿Y todo para qué? Para que un día voy yendo al
ojo de agua y muy que encontré al wero empinado y no recogiendo piedras. Bien
untada la nalga mero con ese aceite que lleva su apellido. Y atrás el chingado
del Gilberto el hijo de Soledad. Soledad es en la que quedó mi casa cuando
agarré las cosas del wero y muy que las quemé en la plaza. Y wero que pedía y
pedía disculpas que nomás fue un antojo. Ay, xha mamá. Yo creo que ya se
acabaron los hombres. Más esos que no están calados. ¿Pero qué se le va a
hacer, xha mamá? En de mientras ya perdí un año de mi vida, mismo que dejé de
escribirte cartas. Mero ésa es que es la razón de mi abandono. Ay, comadre.
Ahora soy la vergüenza de Juchitán. Nomás por eso es que me vine de nuevo vivir
DF en lo que a la gente se le olvida mi fracaso y mi pena. Pero este dolor,
madre, este dolor…
Y ya acá en DF salí caminar para
olvidar mi tormento y muy que me fue llevando mi sandalia hasta Centro Cultural
del Bosque y ya aprovechando pasé por la sala Julio Castillo y muy que vi harta
gente entrando, pues que me cuelo con unos escueleros que estaban metiéndose en
ese momento. Yo creo que pensaron que era la maestra porque ni boleto me
pidieron. Nomás que me apurara porque ya iba a empezar la obra. Y como teca
soy, muy que me senté en asiento reservado diciendo ser amiga de los actores.
Primera fila me tocó, asiento de honor. Y a luego que me entra la nostalgia
porque así es como me trataba wero. Pues chingue su madre, me dije yo, voy a
disfrutar la obra, Y obra es que fue
El amor de las luciérnagas, su
nombre bautizado.
Texto y dirección de Alejandro
Ricaño, niño genio de la dramaturgia mexicana, que ha de ser niño genio porque
antes tenía su peinado como Jimmy Neutrón, esponjado como algodón de azúcar.
Ora me tocó ver este texto que si a mal no me informaron fue Premio Bellas Artes
de Dramaturgia de Mexicali 2011. Voy ser directa como autopista. Autopista, no
autopsia. Yo no soy ricañoliever, pero creo en su trabajo. Este muchacho se ha vuelto dramaturgo
estrella a partir de ganar premios y por la calidad de sus obras, así que hay
harta fanaticada a su alrededor. Yo, le conozco ya varios trabajos, no todos, y
por eso mismo es que abro mi boca y suelto mi lengua que larga es que es. Y sin
pelos. Que wero era depilado. De Ricaño conozco El torso (uno su obra, no su
torso de él), Riñón, Guggenheim y ora las luciérnagas. Y he de confesar que
salí contrariada de la obra. Explico: mi primera impresión al ver la obra fue “Guggenheim
para mujeres”. Después fue, no, también es Riñón. Y Torso. Y a luego se me fue mezclando
todo. Lo que sentí es que le encontré la estructura al escritor y todo dejó de
sorprenderme. De Ricaño ya te había hablado cuando comenté Guggenheim (ora
verás caigo la cuenta de que la primer carta que te escribí fue mero con
Guggenheim, ese obra marcó mi inicio en esto de la telegrafiada. Y ora mero con
Ricaño es que regreso a la mecanografiada, lo voy contactar este chaparrito
para que mero sea mi padrino de escritura y que saque la cartona, cuande menos,
corte flor y comparta cuero). Vieras de ver que algo que me pasó con Guggenheim
me pasó igual con las luciérnagas, a mero siento muchas cosas como ocurrencias que
no entran al entramado, quedan ahí, aisladas como comentarios jocosos que salieron
en su momento y que nunca más volvieron a salir, y pues no hay progresión ni
simbolismo, y ante esto hay mucho de todo. Le falta clase de bordado a este
niño. Los chistes van desde lo más intelectual hasta Chespirito y pareciera que
llegan a tener un orden, xha. Ahora toca referencia literaria, ahora va chiste
jocoso, ora chiste de gente de teatro, ora va pastelazo, regresamos a
intelectual, vuelve comentario jocoso cargado de ingenio, va chiste de gente de
teatro y después vamos otro chiste más inmediato de humor Chespirito. Y aunque
la gente volcaba su estómago de la risa, yo ya no podía reírme porque lo que
venía ya lo esperaba (bruja ves que soy). Igual, yo el Riñón lo vi escrito, dirigido y actuado por
el autor, cosa que me dio a entender un poco más cómo funciona la cabeza del
muchacho, creo yo, y este discurso desbocado que le vi como escritor-director-actor
lo veía ora nuevamente en las luciérnagas. Los personajes hablan y hablan y
hablan. Será porque dice que es novela ficcionada. Mezcla tal vez de eso que
tuvieron a bien llamar narraturgia (jiar jiar jiar) campechaneadito con escenas
dialogadas. Personajes muy (hiper) conscientes que cuentan su vida a los que de
pronto la vida les ocurre nuevamente por momentos en lo que descansan de
contártela. Pero yo me sentía como que me contaban un chiste que ya me sabía,
mero. Dijera una mi comadre “es que es muy Ricaño”. Ora bien, aclaro como
Michael Jackson, esto me pasó a mí y fue mi experiencia muy mía. El teatro, la
verdad, salía alabando la obra.
La obra trata de una mujer
llamada María que escribe teatro para niños y que por decepción amorosa un día
se va a Noruega (allá mero las Europas pero más arriba donde hace frío, para
que sepas), compra una máquina y se pone a escribir inventando otra ella y
resulta que esa otra ella que inventó se vuelve real y cuando la María regresa
a México se da cuenta que la otra ella volvió antes y le está ganado la vida,
por lo que va en su búsqueda acompañada de su mejor amiga para terminar
encontrándose a sí misma junto al amor que todo lo vence encarnado en un
jaranero veracruzano.
De la dirección, digo con mi boca
y con mis dedos que son diez porque yo no soy un monstruo, se reconoce también
ya un estilo de Ricaño como director: la simpleza. Escenario con la menor cantidad
de elementos que van jugando a lo largo de la obra y que cambian de repente su
naturaleza mientras la obra avanza. Clap clap clap. Aplaude mi mano. La
dirección es efectiva, la obra fluye como seguramente le fluyó al chingado wero
allá en el ojo de agua con el aceite. Los actores van todos en el mismo tren,
la iluminación, el vestuario, todo en el mismo camino. Tono, ritmo. Disfrutable
el trabajo de dirección donde no hay mayores cosas que los que están en el
escenario haciendo su trabajo. Por cierto, que la escenografía también es de
Ricaño. Y creo que los tamales de afuera también los hizo Ricaño, jiar jiar
jiar. Jocosa que soy, bien cotorra, me di yo misma un cacahuate de premio.
¡Xha!
Los actores de la obra son Sonia
Franco, Ana Zavala y Sofía Sylwin en el papel de María, representando cada una a
María en diferentes momentos de su vida. Muy buen trabajo de ambas tres. En
todo caso, lo único que diría es que a Ana Zavala por momentos no se le
escucha, mi oreja se acostumbró al volumen de los otros y cuando Ana entra como
que se me desajustó la tímpano, aunque ya más adelante ya le subió volumen a su
garganta. Ora bien, independientemente de que sea una novela escénica, yo no
termino de entender qué hacen las tres juntas contando la historia a relevos.
Quisquillosa es que soy. Vieras de ver que las tres hablando por turnos le da
mucho dinamismo a la obra pero la razón de por qué están las tres juntas en el
mismo espacio-tiempo, no la acabé de pescar. Tal vez porque es ficción, ¿no? ¡jiar! Sara Pinet hace a la mejor amiga y hace muy buen trabajo. Y los hombres son
Hamlet Ramírez (que antes fue Luis Eduardo Yee pero yo no lo vi a él) quien es
el final enamorado de la obra y que estuvo también en los Guggenheim, Pablo
Marín (a quien lo vi en Las Batallas en el desierto), su trabajo es muy bueno
pero, ya vienen los peros de esta pinche vieja inconforme, yo sentí que el
personaje que hizo en esta obra ya lo había hecho en Las batallas y pues me
quitó cualquier novedad. Y por último Miguel Romero (ya hablé también de él en
otras cartas) quien hace de cura y de cuanta cosa y hace muy buen trabajo. En
general, todos los actores, muy bien. Clap clap hizo mi mano a su trabajo. La
gente del público: de pie. Yo, la verdad, no quité mi xhana del asiento, no voy
decir falsedad sólo por socializar.
La iluminación es de Matías Gorlero
y es muy buena y efectiva. Nomás yo jodida como soy le pongo pero a un montón de foquitos que cuelgan
sobre el escenario que son más que predecibles en su simbolismo pero que a la
gente le gustaron mucho, salvo eso, muy buen trabajo. El vestuario es de Mario
Marín, muy acorde a lo Ricañesco en los colores, en tono con la obra y
efectivo.
La asistencia de dirección es de
Gabriela Ochoa (quien dirigió La chica conejita de la que ya te hablé) y la
producción ejecutiva es de Raúl Morquecho. El diseño de imagen no dice quién pero reúne los elementos de la obra. Que por cierto, no te conté que mero ese día fue de develación de placa por 50 y algo de funciones. Teatro lleno, xha mamá. Bonito que es ver teatro lleno. Dan ganas de ir más seguido. Los padrinos de develado fueron un wero que no había yo visto antes pero que jodida la cosa me recordó a mi propio wero y José María Yázpik. Mero ese narizón que le gusta tanto a la Zulema. Y yo que ni celular llevé para sacarle foto.
En conclusión, lo que puedo decir
es que la obra es muy efectiva (que no efectista), la gente sale diciendo “qué
bonita obra”, salvo yo, porque yo tengo mis traumas personales y soy jodida
desde que el Padre José me hundió en el agua bendita. Y porque escuchar hablar
del amor de alguien a quien le brilla la cola me recuerda al chingado wero y a
luego se me viene el coraje y siento que se me enchina la piel como pollo
recién desplumado. Y por otra parte lo que siento me molestó que ya es muy mi
gusto personal de mí es ese final hollywoodesco donde el amor triunfa con el
pobre jaranero de rancho. Amén.
Y pues ya, comadre adorada de la
vida y del amor, esto mero es lo que te cuento y lo que sale mi boca y escribe
mi dedo. Yo sí creo que ya no me vuelvo a enamorar, nana vida, xha mamá. Mejor
me voy a poner a vender mi garnacha como Dios y Xha Vizende mandan. Y ya que
cada quien se rasque solo con su cuero. Nunca más xkié de wero. Dije.
A ver si
se me olvida pronto la congoja. Pero este dolor, madre, este dolor…
Te mando beso tronado en tu
cachete izquierdo.
Tu comadre: La Teca.
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